sábado, 28 de julio de 2012

COMPROMISOS (una vieja práctica sobre evaluación)


Rebuscando en el baúl de mis recuerdos profesionales, acabo de dar con un documento de 1998 que marca con nitidez la linea de pensamiento que ha seguido mi carrera docente desde prácticamente sus inicios. Investigaba yo por aquél entonces, junto con mi amigo Alfonso Ortiz, sobre la evalución, con la conciencia de que ella, como aprendí de mi maestro Miguel Sola, es la pieza clave del sistema educativo, porque es donde el sistema se pone a prueba a sí mismo, al punto de que todas nuestras declaraciones de principios, todas nuestra formulaciones ideales sobre el sentido y finalidad de la educación se vienen abajo si no realizamos la evaluación de forma consecuente con ellas. Me costó lo mío, pero acabé diferenciando claramente evaluar de calificar y, como ni la liturgia escolar ni la ley me han permitido nunca prescindir de actas y boletines de notas, siempre he solventado el escollo burocrático pactando la calificación con mis estudiantes. El pacto de calificación ha adoptado múltiples formas a lo largo de todos estos años, pero en él siempre ha sido lo fundamental que los y las estudiantes asumieran la responsabilidad de aportar argumentos para sustentar su libre decisión sobre la nota y el derecho a que éstos fuesen confrontados – en absoluta igualdad de condiciones – con los míos. Nunca un desencuentro de pareceres me ha autorizado a decidir por mi cuenta la calificación de alguien, sino que me ha obligado a abrir un proceso de diálogo y negociación del que, finalmente, siempre han surgido acuerdos.

Pues bien, el documento al que me refería al principio es una sencilla práctica que durante algunos años realizaba en clase nada más iniciarse el curso. Con ella pretendía transmitir la idea de que evaluar no es un asunto técnico sino ético, una tarea compartida entre profesores/as y alumnos/as que implica un compromiso por ambas partes. La hago visible hoy, catorce años después, sin cambiarle una coma, convencido de la validez del mensaje que encierra, a saber, que debemos renunciar definitivamente al (es)forzado papel de jueces de nuestros alumnos que tan difícilmente convive con el de educadores de los mismos. Comprendo que esta decisión es polémica, pero presiento que sin ella no puede haber compromiso con ningún cambio educativo esencial